El circo como la vida nos invita a jugar, a meternos en un mundo de música, de colores y magia.
El circo reúne muchas de las más variadas expresiones artísticas y nos invita a ingresar para ver, para reírnos, para ilusionarnos, para creer las historias que nos cuentan, para soñar y disfrutar de un ensueño que nos haga olvidar la vorágine de todos los días y nos anime a reencontrarnos con la alegría de vivir.
Quienes ya pisamos los cuarenta, recordamos algún circo de Barrio que nos invitaba con sus promociones a sus funciones. Recordamos la insistencia con que pedíamos a nuestros familiares que nos llevaran a ese mundo mágico que mucho no entendíamos pero que ansiábamos descubrir. Y había que convencerlos rápido porque el circo sólo se quedaba uno o dos días y luego partía hacia otros barrios.
Si lo lográbamos y por fin nos sentábamos en esa carpa, sentíamos la brisa que se filtraba por ellas. Los payasos nos entretenían entre espectáculo y espectáculo y el circo se desplegaba sin tanto brillo como los de hoy, pero en su simpleza, encontrábamos la aventura de esos extraños personajes que habían dejado todo por ese estilo de vida.
En el circo de esos tiempos, lo importante no era la perfección de los trucos, sino la capacidad de atraer a los espectadores más pequeños e inocentes, jugar con ellos, construir un mundo de fantasía que nadie pudiera lograr desencantar.
Los circos de entonces eran exagerados, mezclaban colores extravagantes, imponían prácticas poco frecuentes, presentaban a personajes extraños, marginados de otros ambientes y todo era delirio porque en el circo todo era posible.
El circo y la vida comparten el gusto por la aventura, el placer por ser vistos y mirados. En el circo como en la vida nos gusta ser reconocidos, más allá de lo que ocultamos, por lo que mostramos. No importa si somos feos, lindos, raros, imperfectos…en el circo todos presentan su espectáculo y es el trabajo en equipo el que da los mejores resultados. La mirada atenta en el circo del compañero que pone la red para que el equilibrista no se lastime al caer, la mirada cómplice de los payasos entre sí para alargar o acortar algún chiste, la voz entusiasta del animador que convoca a todos a la diversión…
El circo y la vida se dan la mano cuando defendemos la imaginación, la creatividad, la alegría, la pasión y el goce del arte en sí mismo y no con el afán de lucrar. El mercado no puede atrapar la riqueza del arte. Ojalá que todos los circos recuerden la necesidad de llegar a todos y cada uno de los seres que habitan el lugar que visitan, sean de la condición social que sean.
El circo nos recuerda también que el espectáculo de la vida tiene un principio y un fin. Llega el día en el cual hay que despedirse y sólo pueden hacerlo con alegría, los que han disfrutado del espectáculo. El arte del circo nos recuerda la importancia de valorar el arte de las despedidas.
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